Parte IV : 15 años en Santiago
22.- Turismo por fe.
Cuando me ocurren tantas cosas buenas, a Chile no le va muy bien y el ambiente político se recalienta por todos lados. Mi nueva condición de ser militar medio día y en la tarde atender en una clínica del centro de Santiago, viviendo además en ese otro país que era Las Condes, con su recién inaugurada Avda. Kennedy. En paralelo otro golpe de suerte me permite arrendar un espacio idílico en una rica parcela de agrado. Nuestros vecinos estaban felices y nos compartían sus amigos y sus entretenciones, una de las cuales eran las carreras de autos en Las Vizcachas. Uno de esos amigos- contactos fue ese Coronel Agregado Aéreo de la Embajada de Brasil, que nos consiguió cupos para viajar con mi esposa en el avión correo a Río de Janeiro, con escala en Buenos Aires. Era como una verdadera Luna de Miel, pendiente pues nos casamos tres años atrás en tiempo de “vacas flacas”. Incluso el Coronel nos metió en la cabeza la posibilidad de radicarnos en Brasil, siendo profesionales destacados. Para el efecto, nos dio una carta de presentación para el rector de una Universidad Privada en Río. En fin, una verdadera ola nos empujaba para compartir con el sector ABC1, como se llamaría muchos años después. Y a ratos nos sentíamos como bichos en corral ajeno.
Contactos insospechados
Para mi esposa fue el primer vuelo de su vida y el avión militar era un cuadrimotor DC6, igual que ese de la Fach, en que me invito un Coronel odontológicamente agradecido, para conocer Punta Arenas. Y se dieron otros insospechados “pitutos”. En Buenos Aires alojaríamos donde un matrimonio que conocimos recién en nuestro vecindario. Nos recibieron como reyes e invitaron a cenar antes de ir al cine a ver “El Padrino”, que estaba llegando a la Argentina. Todo salió perfecto y al día siguiente temprano continuamos viaje a Río. Brasil estaba bullente y se nos hacían pocos los ojos absorbiendo todo tipo de novedades. En el avión iban también unos jóvenes parientes de un General de la Fach y como nos hicimos amigos durante el vuelo, nos llevaron desde el aeropuerto al Club Militar ubicado en Ipanema, suponiendo que siendo yo también Oficial de la Fach, podríamos alojarnos ahí como ellos. En realidad me pareció una locura hacerlo; pero no hubo ningún problema y al poco rato estábamos alojados en una primorosa habitación con vista al Mar. Luego gozaríamos de un excelente rancho y todo a un precio baratísimo. Duramos dos días en este soñado régimen, y justo cuando debíamos seguir viaje, nos avisaron con respeto que no podíamos seguir ahí sin una invitación de la Cancillería. ¡Oh dulce juventud! Incluso logramos ir a la Universidad recomendada por el Coronel y hablamos con el rector. Y bastó un minuto y medio, para abandonar la idea de vivir en Brasil.
En Bus a Sao Paulo
El viaje duraba toda la noche y en alguna parada me maravillé del increíble movimiento nocturno de buses y camiones. Brasil entero se movía con ritmo de zamba, mientras en Chile todo se estaba más bien paralizando. Un ortodoncista amigo del Dr. Pequeño nos invitó a cenar con su esposa y brindaron también un fino alojamiento. Vivían como Reyes. El Dr. además tocaba violoncello con un grupo de aficionados. Algo así me gustaría en el y pensé en mi violín tanto tiempo ya guardado.Fueron muy gentiles para mostrarnos un poco de esa gigantesca ciudad brasileña. Y nos dejaron en la estación ferroviaria donde debíamos tomar el tren para viajar unos 100 kilómetros hasta el pueblito de Cayeira, donde estaba una gigantesca papelera donde trabajaba el hermano de mi compadre Sami. Lo malo fue que viajamos muy tarde y se oscureció mucho antes que llegara el momento de bajar. El tren, ocupado a esa hora por gente más bien modesta y muy cansada, se fue quedando vacío y aunque cuando ambos estábamos absolutamente asustados, por fin llegó la hora de arribar a nuestra estación.
Medianoche en la nada misma
Cuando el tren siguió su camino quedamos abandonados en la oscuridad. Entonces mi esposa se quebró y me pasó la cuenta completa: que cómo se me ocurría embarcarla en un tremendo viaje, totalmente improvisado y donde las cosas se iban encajando siempre con una carga de suspenso y siempre la amenaza de posible fracaso final en cada una de las etapas. Me sentí además de asustado, podrido de no tener un mísero argumento más apropiado que decir , con cero convicción: Tengamos fe. Un par de pasajeros que también llegaban hasta allí, nos aconsejaron ir a la estación que estaba unos cien metros y conseguir teléfono. Allí también apagando sus luces, pues era el último tren del día. Tan afligidos nos vio el encargado, que tuvo la tremenda amabilidad de llamar al contacto que teníamos. Después de varios intentos, logró el objetivo y nos informó que venían a buscarnos. Y nos entró el alma al cuerpo. Luego vendrían un fin de semana sin otro programa que pasarlo comiendo de un cuanto hay. En los próximos dos días nos recuperamos física y anímicamente, para desandar los caminos y cielos recorridos, para volver a nuestro aporreado país.
Regreso tenso
Teníamos que planificar muy cuidadosamente el regreso, pues no andábamos con mucho dinero y ya no tendríamos las alojadas gratis ni en Río ni en Buenos Aires. Ahora bien noticiados tomamos el tren a Sao Paulo ,directo al rodoviario, para tomar el bus nocturno que nos haría amanecer en Río. Frente a cualquier contrariedad, llegamos el día antes de nuestro vuelo a Buenos Aires en el avión correo. Alojamos en un hotelito, donde entendí por qué los brasileños son tan buenos para el fútbol. En el barrio Botafogo, juegan día y noche en canchas de arena, desarrollando la fuerza y la habilidad para ganar campeonatos mundiales. No recuerdo bien donde alojamos en Buenos Aires, pero nos desvelamos esa noche rogando al Altísimo que pudiéramos terminar de una vez por todas ese carnavalesco viaje a Brasil, que sólo se justificaba porque éramos jóvenes y teníamos una inconmensurable fe.
Aterrizaje sin gloria
Al iniciar el regreso, por la puerta entreabierta de la cabina de los pilotos que estaban ya haciendo los chequeos, observé que el joven Comandante del avión se parecía a Pelé. En mi viaje a Punta Arenas había aprendido sobre el proceso de aproximación por instrumentos y explique a mi esposa el por qué de las vueltas a ciegas para llegar al cabezal de la pista. La primera aproximación falló y el piloto aserruchó de nuevo para tomar altura y repetir la maniobra. La repitió tres veces y sólo la cuarta fue la vencida que terminó en aterrizaje total. Yo hacía rato que le estaba pidiendo al Altísimo, que tomara los controles, pues de otra manera nos íbamos a matar sin pena ni gloria, luego de este raid turístico que habría sido imposible hacer sin fe.
Próximo capítulo; Una buena y una mala